De tanto como nos centramos en nuestro entorno más cercano y en discutir si la hipotética independencia de Escocia o Cataluña serían admitidas por nuestros vecinos más próximos, a menudo dejamos de lado los problemas verdaderamente graves, seguramente porque nos son desconocidos o nos resultan más difíciles de comprender.
No se trata, por tanto, de saber si países como Italia, Francia o Bélgica apoyarían la independencia de estas dos regiones, o de si España, Gran Bretaña, o alguno de los países mencionados utilizarían su derecho a veto para bloquear una posible entrada en la Unión Europea u otros foros. Italia tiene un problema similar con la Liga Norte, Francia cuenta con al menos tres frentes abiertos y Bélgica se mantiene unida a duras penas, pero en Occidente esas cosas se arreglan con unas cuantas negociaciones, un par de tratados comerciales y ya está.
El problema verdaderamente grave al que se enfrentan escoceses y catalanes está en el Este, muy al Este, y voy a tratar de explicarlo aprovechando que me lo explicó a mí de primera mano un profesor lituano.
El derecho a la autodeterminación se creó en principio para la descolonización, pero puede ser aplicable, o eso se pretende, para territorios que no se sienten conformes con su encaje en otros estados. Hasta ahí, todo normal.
La cuestión reside en que tras setenta años de Unión soviética, las tres repúblicas Bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), entre otras, sufrieron gravìsimos problemas de limpieza étnica, con pérdidas de población superiores al treinta por ciento. Esta población fue sustituida por rusos, unos rusos que llevan allí viviendo desde hace setenta años y que, sin embargo, siguen hablando ruso, sintiéndose rusos, y negándose a dejar de ser rusos, por lo que intentan a toda costa que las zonas de mayoría rusa abandonen las repúblicas bálticas para integrarse de nuevo en Rusia.
Estonia, Letonia y Lituania, por tanto, no pueden admitir en ningún caso y bajo ninguna circunstancia que se valide la opción de que un referéndum permita a un grupo de población abandonar un país, porque en ese caso la población rusa se organizaría para desgajarse de ellas e integrarse en Rusia, legitimando así la limpieza étnica de los años treinta. La posición de Estonia, Letonia y Lituania es tajante en este tema y no se arregla con unas pocas conversaciones y tratados, ya que afecta a su propia supervivencia.
El otro caso de oposición innegociable es el de Polonia. Buena parte del territorio polaco procede de grandes pedazos de tierra que se arrebataron a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, como Prusia Oriental y Silesia. Como además la constitución alemana sigue reconociendo a esos territorios el derecho a regresar a la República Federal, la posibilidad de que se marcharan de Polonia para regresar a Alemania mediante un referéndum es una amenaza demasiado grave para Polonia como para que admitan la validez de ningún referéndum que permita semejante cosa. Esto puede parecer lejano, pero basta echar un vistazo al resultado electoral polaco en 2010 para comprender que no es tan descabellado. Dejamos ese mapa como gráfico de cabecera de este artículo, y quien quiera que lo compare con el viejo mapa de Alemania antes de la guerra. Es fácil detectar un partrón bastante preocupante.
Por tanto, el mayor obstáculo al que se enfrentarían Cataluña y Escocia en Europa no serían España, Gran Bretaña u otras naciones occidentales. Lo peor sería la caja de los truenos que se abriría con ello. Una caja que casi todo el mundo prefiere mantener cerrada.

Me gustaría hacerte una serie de comentarios ya que el tema que planteas es muy interesante. Desde ya, decirte que estoy de acuerdo contigo en que muchas veces nos centramos en problemas que no lo son tanto, o las diferentes administraciones utilizan cortinas de humo para dejar de prestar atención a lo que realmente importa. Hoy en día, con la que nos está cayendo, dudo mucho que la principal preocupación de los políticos europeos sea la secesión de territorios de algunos de sus países miembros, mientras que lo que está en juego en la propia cohesión socioeconómica de la Unión.
Sin embargo, discrepo totalmente de varios de los ejemplos que planteas como argumento.
Como te habrá hecho saber tu profesor lituano, la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos posteriores, y el viejo imperialismo ruso amparado en el régimen soviético, cambiaron definitivamente el mapa del este y del centro de Europa. Se trazaron nuevas fronteras, creando una especie de “Frankenstein”, tras las sucesivas emigraciones, éxodos y deportaciones de grandes poblaciones. Lituania, Letonia y Estonia no se salvaron de ello, y a pesar de su existencia histórica en los territorios que más o menos hoy en día ocupan, se intentaron rusificar.
Por ejemplo, en Estonia, que a pesar de su consideración como país báltico y haber tenido más relaciones socio-culturales con los países escandinavos (finlandeses y estonios comparten el mismo origen), la población étnicamente estonia dentro de los límites geográficos actuales cayó desde el 96% hasta el 61% entre 1945 y 1994.
Antes del siglo XX, las ciudades principales de Lituania, Letonia y Livonia, estaban predominantemente habitadas por germanos, y gobernadas por éstos y por minorías locales o judías, mientras el campo estaba habitado por habitantes completamente nativos. La industrialización produjo un éxodo rural de estos a las ciudades, creando una masa obrera que posteriormente se incrementó con los rusos llegados por la inmigración de trabajadores industriales urbanos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, fomentada por Stalin.
Esta inmigración masiva, claramente intencionada, produjo un genocidio cultural que como podemos ver, no tiene por qué ser siempre violento. Por contextualizar, así hoy en día, también el Gobierno Chino coloniza Tibet fomentando el establecimiento de trabajadores de etnia Han y privando de reconocimiento a las instituciones y poblaciones históricas locales.
Evidentemente, los rusos que habitan actualmente en los países bálticos reivindican su reconocimiento como minoría, y sus derechos culturales y lingüísticos deben ser respetados. Pero no se trata de pueblos o territorios fronterizos con mayorías rusas que quieran reintegrarse en Rusia. No existen vinculaciones entre conjunto lingüístico, étnico, cultural y territorial de cierto tamaño, lo que la antropología define como minoría histórica.
La propia supervivencia de los estados bálticos está hoy por hoy asegurada.
Siguiendo con tus ejemplos, Italia no tiene ningún problema con la Liga Norte. Lo que este movimiento populista, cercano a posiciones de ultraderecha, reivindica, es la creación de un ente formado por las provincias económicamente más prósperas de Italia. Esta pretensión no tiene base histórica, cultural ni etno-lingüística alguna, las regiones del norte de Italia nunca formaron una unidad y el propio neologismo de la palabra “Padania” así lo demuestra. La Liga Norte también basa sus planteamientos en unos valores conservadores que rozan la xenofobia y cierta gestión inteligente (y según bastantes observadores, terriblemente demagógica) de la tradicional rivalidad entre los habitantes del norte y del sur de Italia, y entre los valores conservadores y progresistas respectivamente. El problema de Italia con la Liga Norte se circunscribe más a cuestiones de intereses políticos o partidistas. De hecho, ya no se definie como partido independentista, sino como partido federalista.
Sin embargo, en Italia existen provincias o regiones, relativamente independientes antes de la Unificación Italiana, donde la reivindicación autonomista o independentista abarca numerosos sectores del abanico político y social. Es el caso del Tirol del Sur (germanoparlante y perteneciente a Austria hasta 1918), Friulia, Venecia (heredera de la república homónima), el Valle de Aosta, las islas de Cerdeña y Sicilia… Su repercusión en la política nacional es mínima y los estatutos especiales de estas regiones mitigan las ansias independentistas. Por tanto, Italia no se vería afectada en absoluto por resoluciones a favor de la autodeterminación.
Finalmente, en el caso que mencionas de Polonia, tu planteamiento es muy erróneo. Es evidente que buena parte del actual territorio polaco fue arrebatado, injustamente, a Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. De hecho, lugares como Silesia, Pomerania, Prusia, etcétera, jamás habían tenido una minoría importante de población eslava (polaca en este caso). Sin embargo, tras la ocupación soviética del este de Europa y la puesta en práctica de los Acuerdos de Yalta, las poblaciones alemanas fueron expulsadas de estos lugares (más de 12 millones de personas) siendo reemplazadas por poblaciones de polacos que a su vez habían sido expulsados del este de su país por los soviéticos. Es decir, estas antiguas regiones alemanas, hoy en día están habitadas por polacos cuyas raíces no se encuentran ahí, y por tanto, no tienen pretensión alguna de unirse a Alemania o en independizarse de Polonia. Lo que sí conservan esas regiones de la época en las que fueron alemanas es una industrialización y unas infraestructuras muy superiores a las del resto de Polonia, y por ello, mientras el voto más rural y conservador se decantaba en las elecciones por Kaczyiski, el voto más urbano y preeuropeo se decantaba por Komorowski. Es por ello que el mapa electoral coincide con las antiguas fronteras.
Reitero que en Polonia no hay actualmente población alemana que quiera reintegrase en Alemania y, por otro lado, contrariamente a lo que afirmas, el Bundestag, reconoce desde 1970 las fronteras actuales germano-polacas y no hay ninguna pretensión territorial sobre los territorios más al este de ellas (tratado ratificado tras la Reunificación en 1992)
La historia del este de Europa ha sido muy turbulenta y dramática en los últimos 100 años. No hay punto de comparación con la situación de las reivindicaciones nacionales del occidente de Europa y en concreto con los casos de Escocia o de Catalunya, que no han sufrido tantas vicisitudes ni cambios territoriales. Cualquier decisión que se tome al respecto en la Unión Europea no puede aplicarse a situaciones de muy diferente origen y grado de reivindicación actual.
Los problemas sí que han surgido en cambio a la hora de pronunciarse España a la hora de la independencia de Kosovo por ejemplo. España fue el único país de la Unión Europea (junto con Grecia y Chipre, aliados tradicionales de Serbia) que no reconoce su independencia. Asimismo, España se niega a un plebiscito en Escocia, y en 1998, tras los Acuerdos de Viernes Santos que sentaron las bases de la paz en Irlanda del Norte, se mostró también en contra de cualquier referéndum en los seis condados para una posible reintegración futura en Irlanda (de nuevo, España fue el único país de la UE que negó este punto del acuerdo)
A la vista de esto último, no creo que el problema al que se enfrentan escoceses y catalanes esté en el Este, sino en la voluntad que tienen los estados a los que pertenecen en defender algo tan básico como la libre determinación de los pueblos, regiones o naciones que lo integran. Reino Unido, sin ruido de sables y sin crispación política, ha iniciado con normalidad este proceso, ¿seguirá el ejemplo España, o cualquier país donde una mayoría quiera decidir el derecho a regirse por sí misma?
La respuesta está en la voluntad de los gobernantes y los propios ciudadanos europeos.
El problema en Cataluña es que la mayoría no quieren la independecia y se siente tan catalanes como españoles. Es una mayoría silenciosa.