El progresivo auge de la extrema derecha en distintos países lleva a pensar que la política migratoria será uno de los temas estrellas de las próximas décadas, desequilibrando la balanza electoral y social de muchos países hasta ahora estables.
Por una parte, los países desarrollados no pueden perder su condición de refugio para los más desfavorecidos ni convertirse en zonas amuralladas, tanto por razones éticas como por motivos demográficos.
Por otra parte, parece poco razonable que alcanzar una frontera sea mérito suficiente para disfrutar de los derechos e infraestructuras que se han creado en otro país. Resulta obvio que el límite hay que ponerlo de algún modo y en alguna parte, pero no tanto cómo debe fijarse este límite ni en que´condiciones debe establecerse.
Como curiosidad en este sentido, debo decir que el más acérrimo enemigo de la inmigración que he conocido es un amigo mío de Gabón, estudiante de medicina en España, que afirmaba que nuestras facilidades para la inmigración eran un acto de neocolonialismo, robando mano de obra joven, talento, y personas emprendedoras. Le reconozco que él, al menos, regresó a su país tras estudiar medicina, pero no así muchos de sus compañeros, becados con dinero de su Gobierno, y que nunca regresaron a África a ejercer la medicina.
En aquella misma época tuve ocasión de conocer a varios ciudadanos de Mauritania, becados también, cuya única intención era concluir aquí sus estudios para irse luego a Francia, Bélgica y los Estados Unidos respectivamente. No me atrevo a juzgar la actitud de estas personas, pero da que pensar: quizás Samuel, el gabonés, tenía toda la razón y nuestros aparentes gestos humanitarios son solamente pretextos para conseguir mano de obra barata e impedir el desarrollo de otros países privándoles de lo mejor de cada generación.
Por mi parte, también quiero decirlo, no simpatizo con ninguna tesis que eche a los demás la culpa de los problemas propios, por lo que les recomendaría a los africanos que, antes de nada, arreglasen sus problemas sociales para convencer a la gente de que vale la pena quedarse. Porque no todo es economía: también se marchan muchos por la opresión, la falta de libertad y la presión de los caciques.
Tal que aquí mismo…

Pingback: Inmigración libre: ayuda o neocolonialismo
Yo creo que las becas en vez de “regalos” deberían ser préstamos sin intereses, a ser devueltos cuando se disponga del dinero. Por supuesto, mientras no obtuvieras ingresos no tendrías que devolver el dinero invertido en ti (a diferencia de EEUU), pero una vez los tuvieras sí. Así todo el mundo se podría beneficiar de ayudas ecónomicas, pero si luego les va bien, tendrían que devolverlas contribuyendo a la sostenibilidad del Estado.