El mejor carpintero no es el que saca más virutas

portadafinalEstamos en un momento en que la visibilidad de cualquier acción lo es todo: compartir fotografías, difundir artículos, expresar opiniones en las redes sociales y, en general, dar a conocer lo que hacemos o lo que pensamos como modo de hacerlo crecer, o simplemente ponerlo en el mercado. Está bien, porque así funciona el marketing, pero a veces olvidamos a toda esa gente que hace funcionar el mundo y que simplemente trabaja y calla.

Sin esa gente, de la que sobran ejemplos, y más sobrarían si echásemos la vista atrás en nuestras propias familias, todo se iría al carajo en cuestión de días. Sin esa gente, la verdadera mayoría silenciosa, que ni hace click, ni grita, descubriríamos que la capa superior de nuestra civilización, la que se interconecta y genera intercambios, sería una especie de capa levitante, sin apoyo material sobre la tierra.

Hacer ruido es una opción, pero nos e trata de una opción de vida, sino de una opción publicitaria. Entusiasmarse pro cualquier cosa es bueno si quieres ser actor de anuncios, pero no si simplemente quieres trabajar, tener una familia y disfrutar de tu tiempo como mejor te plazca.

El problema, creo yo, es que cada vez va quedando menos de esa gente que hace muebles sin hacer muchas virutas, y a medida que esas personas desaparecen, el mundo se vuelve más artificial, más engañoso, sin la solidez de saber que alguien está haciendo lo que sabe hacer, y hay algo real e indudable a lo que agarrarse.

Y surgen así fenómenos como las relaciones basadas en páginas de contacto, las amistades de Whatsapp y los tipos de interés negativos. Cosas que nos afectan, claro que sí, pero que una parte de nosotros mismos no llega a creerse.

Como si estuviésemos en un sueño. Como si estuviésemos en coma.

 

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