Porque ahí está el millón y pico de votos que perdió en las últimas elecciones.
Pablo Iglesias debería entender que el comunismo es kriptonita, y que todo el que se acerca a él acaba escaldado, sobre todo en unos tiempos en los que casi todo el mundo tiene una bici y cuando pide que se suban los impuestos a los ricos piensa que los ricos son los demás, los que ganan al menos cien euros más que él mismo.
De los votantes de IU, un 35% se declararon comunistas en las encuestas. De los votantes de Podemos, un 8,5% se declararon comunistas. ¿Y a nadie se le ocurrió pensar que tanto a unos como a otros les iba a parecer una ofensa inadmisible votar la otra opción?
El votante de Podemos, en general, es un tío progre, en una de sus muchas tipologías: funcionario que vive en un chalé, hijo pobre y desencantado de padres acomodados, profesional liberal, persona con estudios que cree en la justicia social, y cree de ocho a tres mientras calculo cuánto puntúa un curso de inglés para sordos en el próximo concurso de traslados. El votante de Podemos habla mal del capitalismo, y habla por un Iphone. Al votante de Podemos no le van los gulags ni los malos rollos.
El de IU no. Los de IU son rojos de verdad, en buena parte, y no progres. Al de IU no le importaría que le quitasen la bici (con tal de que al vecino le levantasen el coche, claro), ni tendría problema en mandar a fusilar a dos o tres mil enemigos políticos con tal de que le dejasen elegir personalmente a un par de ellos.
El votante de Podemos, en suma, pensaba en cómo vivir un poco mejor y que a los demás les fuese un poco mejor también, y de repente sospechó que a sus amigos los garzonianos lo que realmente les ponía a cien era cobrarse las revanchas de toda una eternidad haciendo en España el papel de tonto útil. Y los Podemitas desertaron. En masa.
Seguramente desertaron también algunos comunistas que no pensaban votar a un tío tan flojo como Iglesias, pero la deserción masiva, la que yo conozco, estuvo en el otro lado.
El problema vino de que un profesor de ciencias políticas no miró los detalles. Porque no, Pablo, no es lo mismo un fascista que un nazi. Ni de coña. No es lo mismo un progre que un rojo.
Espabila.